Llegamos a Granada a la hora justa para dejar el equipaje e irnos de cañas y tapas. No engaño a nadie si digo que no fue casualidad.
La primera parada fue en el bar Babel, un local moderno y sencillo donde lo que más destaca (si vas de ruta, obviamente) es su selección de cervezas artesanas de la tierra y sus tapas de fusión internacionales. Bebimos cerveza, fría y local, del Sacromonte y de Lanjarón, que estaban realmente buenas, potentes de sabor y con cuerpo. Un agradable cambio después de la omnipresente Cruzcampo de Sevilla. Aunque tuvimos menos suerte al elegir las tapas y ni las alitas orientales ni la brocheta erótica merecen ningún elogio por simples y desaboridas. Aún alucino con la brocheta erótica que eran dos langostinos asados haciendo un 69 muy animal.
Seguimos en un bar muy conocido, más por la cantidad que por la calidad, pero es cierto que sabíamos donde íbamos y, con todo, estuvo tan correcto como acostumbra. En la Antigualla nos tomamos un par de rondas de cervezas acompañadas de las clásicas roscas con jamón y una hamburguesa de segunda tapa que, por no intentar parecer lo que no es, nos sentaron estupendamente y nos llenaron la barriga para poder patear la ciudad con calma.
Terminamos la ruta de las tapas en la bodega Salinas disfrutando con una tapa de albóndigas excelente y una croqueta bastante conseguida de morcilla con mango que, sinceramente, me provocó sentimientos contradictorios. Por un lado es cierto que combinaba bastante bien pero por otro lado dejaba un regusto extraño en la boca que decía que no, que algo no terminaba de casar del todo.
Como somos muy responsables y era la primera vez que salíamos a una ciudad a contar nuestras experiencias gastronómicas, nos pusimos el traje de corresponsales y de las tapas y cañas nos fuimos a dar una vuelta por el Albaycín, a admirar la Alhambra desde el mirador de San Nicolás para, a la vuelta, regalarnos un te moruno con pastas árabes y una cachimba. Nuestro sentido del deber es muy profundo :-). En Granada el te es casi obligado y si, además, lo acompañas de dulces árabes, gana muchos enteros y como apenas hay opciones en esas cartas kilométricas, es muy difícil irse con mal sabor de boca. En la tetería del Bañuelo tomamos un par de tes negros mezclados con frutas y flores que resultaron ser suaves y olorosos.
Para cerrar el primer día nos regalamos una cena diferente en el Espacio Gastronómico La Borraja. Así de primeras puede sonar terriblemente exquisito y sobrevalorado pero lo cierto es que resultó ser un lugar cálido, con una excelente cocina y un servicio fantástico.
Comenzamos con unas brochetas de pollo, ternera y cerdo con diferentes salsas sobre una brasa que situaban directamente en la mesa y que, pese a la sencillez, estaban en su punto y las salsas aportaban un punto diferente a lo habitual.
Seguimos con unos panes bao, ese panecillo japonés cocinado al vapor, que contenía atún, pepino y rábano y que resultó muy agradable de comer.
El plato fuerte fue un costillar de cordero con cuscús que, esta vez si, estaba en su punto, con la carne jugosa, que se soltaba sola del hueso y muy, muy sabrosa. Mientras dábamos cuenta del plato ninguno de los dos dijo nada, algo muy raro y que pasa pocas veces.
Rematamos la (dura) jornada con un postre de tarta de galleta maría, con crispis crujientes y chocolate por encima que, otra vez, nos volvió a dejar mudos mientras nos peléabamos por llenar la cucharilla un poco más que el otro. A pesar del nivel de la cocina no fue una cena cara puesto que salimos a poco más de veinte euros cada uno y, sinceramente, ese cordero se lo merecía con creces.
De vuelta al hotel íbamos haciendo listas de sitios donde comer en los siguientes días porque ya se sabe que este oficio es muy duro :-).