Restaurante y Bar de Tapas «Eslava», Sevilla

Sabemos que somos un desastre con patas y hemos tenido esta página totalmente abandonada pero por fin hemos decidido retomarla (y esta vez va en serio). Como una pareja que vive en Sevilla y gente de buen comer, tenemos la oportunidad de ir a muchos restaurantes y bares, ya sea con nuestros amigos o solos, y por eso vamos a dejar nuestras experiencias por aquí por si a alguien puede servirle.

Hay que decir que la idea de relanzar Lentyantar nos vino a la cabeza después de haber ido a la Eslava. Todo estuvo tan espectacular que decidimos que queríamos compartirlo. Tal cual. Todo empezó porque mi madre vino a vernos a Sevilla y queríamos llevarla a cenar a un sitio especial y a la vez probar algo nuevo. Yo tiré por lo fácil y me metí en Trip Advisor a ver qué podía encontrar. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que el Restaurante y Bar de tapas Eslava estaba en primer lugar en toda la ciudad con la friolera de 6000 y pico reseñas de los usuarios. La sorpresa fue aún mayor cuando me di cuenta de que el segundo establecimiento en la lista no llegaba a las 900 reseñas. Un poco mosca por una diferencia tan brutal que se dejaba ver en lo que a la satisfacción de la gente se refiere, le dije a Diego que no me acababa de creer que Eslava fuese tan bueno pero que podíamos pasarnos a verlo por curiosidad.

El establecimiento tiene dos espacios: un restaurante donde puedes pedir a la carta y un bar de tapas. Al llamar para intentar reservar nos encontramos con que el restaurante estaba completo y para el bar de tapas no había posibilidad de reservar sino que había que ir directamente. Hay que decir que llamamos con pocas horas de antelación pero aún así es bastante impresionante que un jueves cualquiera lo tuvieran todo completo y al llegar al sitio nos dimos cuenta de que ahí no acababa la cosa. Oliéndonos el percal nos presentamos en Eslava a una hora muy guiri, las 20.30 con la esperanza de no pillar mucha gente. Tuvimos una suerte impresionante porque la pareja que estaba la primera en la cola (sí, sí, ya había cola) delante de nosotros no quiso sentarse en la barra y prefirieron esperar a una mesa así que aprovechamos la oportunidad. Resultó que hicimos bien porque a partir de ahí el número de gente no dejó de crecer y en todo momento había lista de espera. Uno de los camareros incluso llegó a indicarle al cliente que haría bien en esperar porque ese día solamente había 4 personas en la lista de espera delante de él cuando lo normal eran 20.

Un poco alucinados nos acomodamos en la barra y pedimos unas copas de vino. La carta no es ni muy corta ni muy extensa: tapas, algún plato para compartir como las coquinas que nos pedimos, postres y vinos. Cabe destacar que después de la cena nos enteramos de que los platos del menú también se pueden pedir en la barra por si no has tenido la suerte de poder reservar en el restaurante. El espacio es bastante pequeño y como ya podéis imaginar estaba abarrotado. Sin embargo el personal está perfectamente organizado y en nuestro caso tuvimos un camarero que se ocupaba exclusivamente de nuestra parte de la barra. La atención fue estupenda, nos recomendaron algunos platos y el camarero incluso nos sugirió tomar una de las tapas que pedimos (las costillas a la miel) en el último lugar porque era un bocado muy contundente y dulce y así no se llevaba el sabor de las demás tapas.

Empezamos con una ración de coquinas tradicionales con ajo que nos duraron 5 minutos justos. De hecho ni siquiera hay foto de ellas porque olían tan bien y estaban tan ricas que no hubo tiempo para nada más. Seguimos con la famosa tapa que lleva el curioso nombre “Un cigarro para Béquer”. Es una de las más conocidas y populares del local y he de decir que a mí me vino a la cabeza el recuerdo de haber visto algún reportaje sobre ella. Se trata de un “cigarro” de masa filo dulce relleno de sepia y algas mezclados con bechamel de tinta de calamar y acompañado de un Alioli suave. Simplemente espectacular. La mezcla inesperada de lo dulce de la masa y lo salado del calamar con un ligero amargor típico de la tinta es una experiencia que os recomiendo a todos.

Después le tocó el turno al Huevo sobre un bizcocho de boletus y trufa (otra tapa premiada y típica del establecimiento). La intensidad de sabores era totalmente espectacular. Podías diferenciar claramente todos los matices, tanto la yema del huevo como las setas y la trufa y todos ellos se compaginaban a la perfección. Yo personalmente dividí la tapa en varias porciones porque no pude evitar estirar la experiencia lo máximo posible.

Al terminar le tocó el turno a la tapa de Mi-cuit de foie, pan de avellanas y gelatina de almendra amarga. Con la amable ayuda del camarero, que nos aconsejó cómo dividir la tapa para que el bocado fuese completo, nos abalanzamos sobre aquella maravilla. De nuevo, nada que reprochar. Yo me hubiera comido quince.

A pesar de que estábamos comiendo de tapas y las raciones no son de un bar “de batalla” en este punto ya estábamos empezando a llenarnos. Creo que en parte debido a lo rico de los platos y la intensidad de sabores. Por último nos llegó el Strudel de verduras (suave y delicado, de un sabor menos intenso que las otras tapas pero con un gran protagonismo de la verdura fresca) y las costillas a la miel. No tengo nada que añadir sobre las costillas. Bueno sí, que me casaría con ellas y viviríamos una vida plena y feliz. Qué barbaridad.

A estas alturas mi madre ya estaba a tope pero Diego y yo decidimos aprovechar la oportunidad y nos pedimos el postre: Helado de Queso Viejo. Entenderéis que no podíamos dejarlo pasar y la verdad es que no decepcionó ni un poco. Sigo sin entender cómo han conseguido encontrar ese equilibrio entre el amargor del queso viejo y la suavidad de un helado pero nuestro plato desapareció delante de nuestros ojos.

En definitiva nos pusimos a tope, con varias copas de vino y el postre por 20e por cabeza. Eso teniendo en cuenta que gran parte de la factura se la llevaron las coquinas. El camarero que nos atendió también nos comentó que el establecimiento no cierra para comer: abre de 12 a 00 porque hace tres años cuando se les ocurrió hacerlo se encontraron con que la gente hacía cola antes de la hora de cenar esperando a que abrieran. Y no me extraña ni un poco.

Salimos de la Eslava encantados, llenos, bien atendidos, relajados y alucinados con el nivel gastronómico de los platos. Las tapas, a pesar de su aspecto refinado no son nada pretenciosas y sacian con su explosión de sabor en total equilibrio. El único inconveniente es que si vais a querer pasaros por ahí o bien tenéis que reservar con tiempo ( como ya he dicho esa opción sólo está para el restaurante) o bien jugar con las horas y presentaros a una hora poco convencional (comida tardía, cena temprana etc.) y aún así seguramente os encontraréis cola. En cualquier caso y habiendo probado unas cuantas cosas he de decir que vale totalmente la pena esperar y nosotros segurísimo que repetiremos.

Granada día 1

Llegamos a Granada a la hora justa para dejar el equipaje e irnos de cañas y tapas. No engaño a nadie si digo que no fue casualidad.

La primera parada fue en el bar Babel, un local moderno y sencillo donde lo que más destaca (si vas de ruta, obviamente) es su selección de cervezas artesanas de la tierra y sus tapas de fusión internacionales. Bebimos cerveza, fría y local, del Sacromonte y de Lanjarón, que estaban realmente buenas, potentes de sabor y con cuerpo. Un agradable cambio después de la omnipresente Cruzcampo de Sevilla. Aunque tuvimos menos suerte al elegir las tapas y ni las alitas orientales ni la brocheta erótica merecen ningún elogio por simples y desaboridas. Aún alucino con la brocheta erótica que eran dos langostinos asados haciendo un 69 muy animal.

Que empiece el Granada LentYantar Tour 17!

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Seguimos en un bar muy conocido, más por la cantidad que por la calidad, pero es cierto que sabíamos donde íbamos y, con todo, estuvo tan correcto como acostumbra. En la Antigualla nos tomamos un par de rondas de cervezas acompañadas de las clásicas roscas con jamón y una hamburguesa de segunda tapa que, por no intentar parecer lo que no es, nos sentaron estupendamente y nos llenaron la barriga para poder patear la ciudad con calma.

Terminamos la ruta de las tapas en la bodega Salinas disfrutando con una tapa de albóndigas excelente y una croqueta bastante conseguida de morcilla con mango que, sinceramente, me provocó sentimientos contradictorios. Por un lado es cierto que combinaba bastante bien pero por otro lado dejaba un regusto extraño en la boca que decía que no, que algo no terminaba de casar del todo.

Como somos muy responsables y era la primera vez que salíamos a una ciudad a contar nuestras experiencias gastronómicas, nos pusimos el traje de corresponsales y de las tapas y cañas nos fuimos a dar una vuelta por el Albaycín, a admirar la Alhambra desde el mirador de San Nicolás para, a la vuelta, regalarnos un te moruno con pastas árabes y una cachimba. Nuestro sentido del deber es muy profundo :-). En Granada el te es casi obligado y si, además, lo acompañas de dulces árabes, gana muchos enteros y como apenas hay opciones en esas cartas kilométricas, es muy difícil irse con mal sabor de boca. En la tetería del Bañuelo tomamos un par de tes negros mezclados con frutas y flores que resultaron ser suaves y olorosos.

Para cerrar el primer día nos regalamos una cena diferente en el Espacio Gastronómico La Borraja. Así de primeras puede sonar terriblemente exquisito y sobrevalorado pero lo cierto es que resultó ser un lugar cálido, con una excelente cocina y un servicio fantástico.

Comenzamos con unas brochetas de pollo, ternera y cerdo con diferentes salsas sobre una brasa que situaban directamente en la mesa y que, pese a la sencillez, estaban en su punto y las salsas aportaban un punto diferente a lo habitual.

Seguimos con unos panes bao, ese panecillo japonés cocinado al vapor, que contenía atún, pepino y rábano y que resultó muy agradable de comer.

El plato fuerte fue un costillar de cordero con cuscús que, esta vez si, estaba en su punto, con la carne jugosa, que se soltaba sola del hueso y muy, muy sabrosa. Mientras dábamos cuenta del plato ninguno de los dos dijo nada, algo muy raro y que pasa pocas veces.

Rematamos la (dura) jornada con un postre de tarta de galleta maría, con crispis crujientes y chocolate por encima que, otra vez, nos volvió a dejar mudos mientras nos peléabamos por llenar la cucharilla un poco más que el otro. A pesar del nivel de la cocina no fue una cena cara puesto que salimos a poco más de veinte euros cada uno y, sinceramente, ese cordero se lo merecía con creces.

De vuelta al hotel íbamos haciendo listas de sitios donde comer en los siguientes días porque ya se sabe que este oficio es muy duro :-).

Rollo Japo: matcha y bao en un rincón acogedor para los amantes de la comida.

Después de un rato muy agradable en el Intercambio de Idiomas en el Cofee Corner, cerca de la parada de metro San Bernardo, las cervezas nos abrieron el apetito y decidimos comer fuera. Como buena pesada que soy, volví a recordarle a Diego que quería ir a Rollo Japo (Calle Avicena,11), un restaurante que habíamos pasado muchas veces y al que tenía entre ceja y ceja desde que me enteré de que servían pan bao (mi reciente obsesión) así que para allá que nos fuimos

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Rollo Japo (cuya segunda «O» es un icono por lo que para mí siempre será «Roll Japo») se encuentra en el paseo que da justo al río. No es un lugar céntrico y básicamente sólo llegan allí los que saben a qué van y algún que otro despistado. El local es amplio y a pesar de que no tiene terraza interior lo que ya sería la gloria, si dispone de una en la parte exterior. En general, y al menos a la luz del día, no produce la sensación de ser un restaurante, sino más bien una cafetería acogedora en la que picar algo a la hora de comer.

El camarero fue super amable con nosotros: nos explicó todo lo que había en la carta y nos dijo los platos que tenían fuera de ella y también cargó con nuestras bromas con una paciencia infinita. Optamos por el tartar de pez mantequilla (para dejar de lado tanto tartar de atún y salmón de los que somos fanáticos), unos rollitos de pato, un Gua Bao de pollo (obviamente) y un surtido de sushi.

Rollo Japo: Tartar de pez mantequilla
Tartar de pez mantequilla

El Tartar vino acompañado de unas tostas básicas como las que puedes encontrar en cualquier supermercado pero que venían muy bien para diluir un poco el sabor del tartar que llevaba tan solo el pescado en sí y el aderezo. La verdad es que tenía un sabor estupendo y es recomendable para cualquier amante de los tartar y especialmente del pez mantequilla (y su sabor tan particular), que como cabe esperar era el protagonista total del plato.

Rollitos de pato

Los rollitos de pato estaban bastante ricos aunque no tenían ningún sabor sorprendente. Se parecían bastante al típico pato pekinés que todos hemos probado alguna vez en algún restaurante chino, solo que en esta ocasión el pato venía acompañado por unas verduras y frito en unos rollitos muy parecidos a los rollitos de primavera de toda la vida. Como digo, nada espectacular pero muy rico y preparado con mimo.

Bao de pollo

El bao de pollo venía acompañado con una salsa y mezcla de verduras y tomate y estaba realmente bueno. Puede que yo no sea muy objetiva pero es muy dificil fastidiar un bao si realmente te gusta el concepto. El pan blando se adapta a todo tipo de rellenos y en este caso no fue una excepción. Lo sirven de forma individual pero teniendo en cuenta que cuesta 2.50e por pieza, uno puede repetir varias veces si lo desea y la verdad es que yo me quedé con ganas de más.

Rollo Japo: Surtido de sushi
Surtido de sushi

Por último el variado de sushi para mí fue una de las cosas más reseñables de la comida. Fueron 10 piezas que compartimos entre los dos. Aparte de los tipicos makis de atún y salmón, cuyo arroz estaba muy bien hecho y el pescado estaba fresco y sabroso, habían tres makis diferentes que se quedaron con nuestro corazón. Compartimos el maki con fresa porque a los dos nos mataba la curiosidad de saber cómo podría quedar aquella mezcla tan raruna y he de decir que sorprendentemente queda muy rico. Obviamente no tiene el sabor del sushi que estamos acostumbrados a comer pero no está mal variar de vez en cuando. Las otras dos piezas también eran diferentes, uno de los makis llevaba foie y el otro un puntito de mermelada por encima y los dos estaban buenísimos a la vez que diferentes.

Rollo Japo: Mousse
Mousse de almendras y chocolate

Ya con el estómago lleno de buen rollo y sushi nos decidimos por el postre: yo un tiramisú de té matcha ( que no podía dejar pasar como buena fanática del matcha que soy) y Diego una mousse de almendras y chocolate. Ámbos fueron una buena guinda para una comida tranquila y rica.

Rollo Japo: Tiramisú matcha
Tiramisú de té matcha

En general la experiencia nos dejó muy satisfechos. El personal es muy amable y el servicio rápido y atento y la comida, sin ser algo espectacular, está más que aceptable y a la vez diferente de lo que solemos comer o cenar normalmente. Toda la comida y las dos Saporo que nos tomamos nos costó 12.5e por persona con lo que el precio también es muy razonable. Rollo Japo es uno de esos sitios en la ciudad que quizá no visitas con frecuencia porque está en un sitio muy específico y también porque la sobrecarga de estímulos gastronómicos en Sevilla es muy grande y siempre te llama a probar cosas nuevas, pero que si se da la ocasión vale la pena visitar para pasar un rato agradable y disfrutar de una buena comida o cena.

Hasta una nueva entrega de comida japo esos makis de foie y mermelada son todo un descubrimiento. Mientras tanto sigo a la caza de sitios en Sevilla en los que sirvan Bao. ¡Pronto más!

Procesiones, semana santa y tajín con albaricoques y ciruelas

Plantarse el martes santo a las nueve y pico de la noche en la Alameda de Sevilla con la clara intención de subir hasta la plaza del Duque de la Victoria a ver las procesiones y sin haber cenado nada, es de mentes preclaras como las nuestras. Con semejante barullo de gente, nazarenos y penitentes y la imposibilidad de ver nada ni de hacer una mísera foto, decidimos comer algo por la zona para hacer un último intento un rato después. La pregunta que surgió fue ¿dónde? Ya no resulta sencillo cenar por la zona un martes normal, intentarlo en plena semana santa es una odisea.

Bajábamos por Trajano descartando franquicias y viendo las colas de gente que intentaban lo mismo que nosotros y hablábamos de coger la moto e ir lejos del centro y las aglomeraciones a cenar algo tan de ese tiempo como una montaña de sushi, cuando pasamos frente a un restaurante hindú con un par de parejas sentadas en el comedor. Echamos un vistazo rápido a la carta y nos decidimos a pasar con la idea de darle una segunda oportunidad a las procesiones. Se trataba del restaurante tetería Al Sultan y tardó unos pocos minutos en llenarse, en parte porque está en la subida a la plaza, en parte porque la comida es buena y no resulta caro.

El local está decorado con motivos árabes y la carta, que resulta curiosa y bien surtida, no desentona, no tiene platos de otras culturas o, como ya hemos visto demasiado, se suben a la última ola metiendo algo que no pega ni con cola. En esta ocasión la carta es extensa, lógica y con gusto. Como era la primera vez pedimos una ensalada dolma, un tajín de ternera con albaricoque y ciruelas y una musaka de carne y lo acompañamos con un poco de pan y unas cervezas.

El primer plato tarda poco en llegar y abrimos boca con la dolma y los paquetes de hoja de parra rellenos de arroz, que son sabrosos y están perfectos entre la ensalada.

Luego llega el tajín, espectacular y delicioso que nos dejó a ambos boquiabiertos. Anastasia, que andaba con un catarro terco que anulaba su sentido del gusto, se deleitó con la ternera, el albaricoque y las ciruelas en una armonía perfecta. Fue tal el éxtasis alcanzado que dejamos los platos y la fuente limpios y brillantes.

La musaka de carne, aunque muy buena, llegó tras el plato estrella de la noche y eso, desde mi punto de vista, le perjudicó. A pesar de todo estaba muy buena, con suficiente carne para poder identificarla (odio, odio profundamente esas lasañas/musakas/canelones/loquesea de carne invisible) y con una bechamel suave y sabrosa que armaba un conjunto notable.

Al final cenamos mucho mejor de lo esperado dada la zona y, con el sabor del tajín en la memoria, remontamos la calle Trajano y nos dispusimos a ver procesiones y pasos de semana santa.